El Champú de Dios

(la versione italiana invece è qui)

Todo empezó cuando a Dios se le acabó el champú.
Tendió la mano (sin ver, ya que estaba obscuro) tras la cortina de plastico de la ducha, que se le pegaba siempre encima más que el Maná del Cielo, y la cerró sobre el frasco de champú, que resultó enseguida ser demasiado, demasiado ligero.

«Maldita sea» suspiró Dios, y queriendo mirar dentro de la botella dijo «¡Luz!» y hubo luz: estaba vacío de verdad.
Salió entonces de la ducha, todavía goteando el agua de reciente creación, e inventó la toalla.

Luego se puso a pensar a una solución a su problema. Desde luego habría podido salir afuera para comprarlo, si tan solo hubiese existido un “fuera”… Resuelto esto, entonces creó los cielos y la tierra (que estaba sumergida en el agua por culpa de una pequeña pérdida) y los dividió ahí en el fondo con el rotulador negro. Finalmente hizo que el agua se retirara un poco para dejar sitio a la tierra firme, donde empezó a hacer pruebas.

«¿Eres tú el vendedor?» preguntó, después de haber creado la vaca.
«No, yo soy la vaca.»
«Maldita sea» suspiró Dios, y después de haberla despedido se buscó el próximo objetivo.
«¿Eres tú el vendedor?» preguntó.
«No, yo soy el cerdo» contestó, y se tiró un pedo, como buen cerdo.
«Maldita sea» suspiró Dios.

Luego vinieron el Canguro, el kraken, el chupacabras y la oveja, pero ninguno era el vendedor.
Como había acabado con todo el material que tenía creado, Dios se sentó sobre una roca y sin pensarlo empezó a juguetear con un poquito de lodo que estaba allí por el suelo.
Hizo una figurita rara, algo parecido al mono (pese aque tampoco el mono era el vendedor) y cuando la hubo terminado, ya que estaba, le dio la vida.
«¿Eres tú el vendedor?» preguntó cortésmente Dios, que ya no esperaba recibir respuestas afirmativas.
«Sí» respondió el hombre, después de haberlo pensado un rato «soy yo.»
«¿y… Tienes champú?»
«No sabría decirte, es mi mujer la que pone orden entre las cosas.»
«¿Y dónde está?»
El hombre se encogió de hombros.
«Todavía no la has creado.»
«Maldita sea» suspiró Dios.

Entonces cogió más lodo, y se puso a trabajar, creando una figurita parecida a la primera, aunque algo diferente.
«¿Eres tú la mujer del vendedor?» preguntó Dios.
«Sí, soy yo.» contestó la mujer.
«Champú, ¿tenéis?»
«¡Claro!. ¿Cómo lo quieres?»
«Anticaspa.»
«Ah. Lo siento. Se nos ha terminado.»
«¡Maldita sea!» exclamó Dios. Y volvió a su casa.

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