Mierda de Dragón: Psicoanálisis de un movimiento

Es impresionante la cantidad de cosas que se pueden guardar durante veinte años de vida. Tengo veintiséis años, pero me pareció sensato no tener en cuenta los primeros, ya que, durante aquellos, no se guardan muchas cosas.
Tiendo a no deshacerme nunca de nada.
Guardo de todo, desde las entradas del cine a las postales, hasta los mensajes escritos a toda prisa con un lápiz, y dejados casi al vuelo, antes de coger el tren.
Estoy muy apegado a las cosas, es decir, no a las cosas en si mismas, sino a lo que representan, a los recuerdos a los que están vinculadas, a las personas que me las dieron o con las que las he compartido.
Soy, por así decirlo, un coleccionista de símbolos.
Así, las cajas parecen no ser nunca suficientes, y el tiempo necesario para llenarlas se expande drásticamente mientras surgen los recuerdos por una u otra pieza única, como único es el recuerdo a ellas atado.
Algunas cosas no sé cómo llegaron a mí y sin embargo, no consigo dejarlas.
Mudarse de casa es entonces como nacer otra vez: me obliga a enfrentarme al pasado y deshacerme de algo, o de alguien, quizás de otro yo.

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